Los brasileños volverán a las urnas el 28 de octubre para elegir entre dos candidatos presidenciales que no podrían ser más distintos: uno quiere privatizarlo todo y el otro nada, uno quiere más Estado y el otro menos, uno se planta como defensor de la democracia y el otro se declara admirador a gobiernos totalitarios.
Jair Bolsonaro, el ex capitán de Ejército y diputado de derecha, es el favorito para imponerse en el balotaje, después de haber obtenido más de 46% de los votos, muy por sobre lo esperado por las encuestas. Su programa incluye lo que él ha descrito como una privatización acelerada de las empresas públicas, que incluso podría incluir firmas estratégicas, como Eletrobrás. También promete reducir el número de ministerios, bajar la carga de impuestos y simplificar el código tributario. Su objetivo central es llevar el déficit fiscal del país a cero en su primer año de gestión, pero los analistas aún consideran que sus propuestas son superficiales.
En contraparte, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, apuesta por aumentar el rol Estado en el estímulo del crecimiento económico y el empleo. Entre otras cosas, pretende derogar el límite de desembolsos fiscales y poner fin a las privatizaciones y ventas de activos de Petrobras. Y aunque el delfín de Lula da Silva corre con desventaja, tras haber logrado casi 20 puntos menos que su contendor en la primera vuelta, ve una oportunidad en el fuerte rechazo que genera la figura de Bolsonaro por sus posturas homofóbicas y misóginas y su defensa, incluso de la tortura y asesinatos cometidos en dictadura. El candidato del PT hizo un llamado a la unión de las fuerzas democráticas para frenar la escalada del ex militar, quien, por su parte, ha dicho que no suavizará su discurso de cara al balotaje.
Mientras Bolsonaro se aferra a sus bases, Haddad ha salido a buscar los votos del resto de la izquierda y del centro, además de apostar por los casi 30 millones de brasileños que se abstuvieron en la primera vuelta.