La industria automovilística se vio sacudida el pasado lunes con la noticia de que Fiat Chrysler estaba en negociaciones para fusionarse con la francesa Renault, en un sector que se está consolidando lentamente para enfrentar desafíos como la guerra comercial, la caída de las ventas en los principales mercados y una mayor demanda por modelos no contaminantes.
El acuerdo, por 32 mil millones de euros, creará la tercera automotriz más grande del mundo, sólo por detrás de la alemana Volkswagen y la japonesa Toyota, con ventas por 170 mil millones de euros y 8,7 millones de unidades al año. La japonesa Nissan, que hasta ahora es aliada de Renault, quedaría fuera del pacto. En el papel, ambas empresas son complementarias. Renault es fuerte en Europa, Rusia y mercados emergentes como India, pero su presencia en Norteamérica es escasa. En contraste, Fiat Chrysler, la combinación de una firma italiana con una estadounidense, obtiene un 80% de sus ganancias de América del Norte. Fiat Chrysler también aporta a su línea de SUV, a través de las marcas Jeep y Ram, y las marcas premium Alfa Romeo y Maserati un segmento en el que Renault no participa. Renault, por su parte, encabeza las ventas de autos eléctricos en Europa, gracias a su modelo Zoe. Con esto, Fiat Chrysler podría cumplir las nuevas exigencias de la Unión Europea sobre emisiones de CO2, ya que la apuesta eléctrica de Fiat aún no sale al mercado.
Pero a pesar de las complementariedades, analistas advierten que la fusión también podría enfrentar obstáculos. Uno de ellos es lograr una gobernabilidad adecuada y una buena definición de las responsabilidades administrativas. Otro es poder combinar las tres culturas que se unirán: la italiana, la estadounidense y la francesa. Aunque analistas aseguran que el sello de Fiat Chrysler está marcado por la huella de Sergio Marcchione, su fallecido exCEO, quien le imprimió una influencia más norteamericana que europea.